Adolfo Bioy Casares.

  Biografía de Adolfo Bioy Casares.  

    La invención de Morel” de Adolfo Bioy Casares (CANCELADO ... Adolfo Bioy Casares. 

    El escritor Adolfo Bioy Casares es uno de los escritores argentinos más relevantes del siglo XX. Hacia 1940, con la publicación de su novela La invención de Morel, inicia una renovación del género fantástico en la literatura de su país. Además, en numerosas narraciones publicadas en las décadas siguientes, elige las formas del relato policial, que alterna y a veces entrecruza con su particular pasión por las invenciones de enigmáticos y sobrenaturales acontecimientos. Con Borges, amigo y coautor de algunos libros memorables, comparte la pasión por el género fantástico, pero se diferencia literariamente de él por el tratamiento original de su escritura y el abordaje, a veces irónico y escéptico, de temas como el amor, la amenaza conspirativa, la exploración ficcional de fenómenos de la invención técnica, de mitos universales y de ciertas ideas filosóficas.


    Autor de numerosos libros de relatos y novelas, Bioy Casares es una presencia muy trascendente en la vida cultural y literaria rioplatense. Traducido a varios idiomas y distinguido en 1997 con el Premio Cervantes, su obra ha alcanzado la proyección de un merecido reconocimiento internacional. En 2014 se cumplen quince años de su muerte y cien años de su nacimiento, una ocasión para rendirle un homenaje con la presencia de sus textos y de la crítica de su obra narrativa en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.


Imagen de Adolfo Bioy Casares

    Leamos unos de sus cuentos: El navegante vuelve a su patria. Pertenece a su libro Una muñeca rusa (Buenos Aires: Tusquests Editores, 1991, p. 184). 

    El Navegante vuelve a su patria 

      Creo que vi Pasaje a la India, porque en el título de la película estaba mi país. Al salir del cine, tomé el subterráneo —o Metro, como acá lo llaman— para ir a la embajada, donde todos los días trabajo un par de horas. Lo que así gano me permite ciertas extravagancias que dan un poco de animación a mi vida de estudiante pobre. Sospecho que por culpa de esas extravagancias, recaigo últimamente en una suerte de sonambulismo que suele provocar situaciones molestas. Un ejemplo: al recordar el viaje en subterráneo, me veo cómodamente sentado, aunque tengo pruebas de haber permanecido de pie, cerca de las puertas, asido a una columna de hierro y a punto de caer cuando el tren se detiene o se pone en movimiento. Desde ahí miro, con una mezcla de conmiseración y de censura, a un estudiante camboyano, muy mal entrazado, que en un asiento, a la mitad del vagón, dormita con la cabeza reclinada contra el vidrio de la ventanilla. Su pelambre, tan abundante como sucia, deja ver un redondel calvo y arrugado; la barba es rala y de tres o cuatro días. Dormido sonríe, mueve los labios rápida y suavemente, como si en voz baja mantuviera una amena conversación consigo mismo. Pienso: «Parece contento, aunque no hay razón para que lo esté. Vive, como yo, entre europeos hostiles, por más que lo disimulen. Hostiles a quienes juzgan diferentes. En tal sentido los indios tenemos alguna ventaja, por ser menos diferentes; pero a este muchacho, con su traza tan particular ¿quién no le lleva ventaja? Aunque fuera occidental y del Norte, se lo vería como a un representante de la escoria del mundo. Ni siquiera yo, que me considero libre de prejuicios, me atrevería así nomás a confiar en él».


       Bajo en la estación La Muette y en seguida me encuentro en la calle Alfred-Dehodencq, donde está la embajada. Por increíble que parezca, el portero no me reconoce y se niega a dejarme pasar. Mientras forcejeamos a brazo partido, el hombre grita: «¡Fuera! ¡Fuera!» varias veces. En una de las últimas, el grito se convierte en un amistoso: «Sour-sday», que en camboyano significa: «Buenos días». Abro los ojos y aún perplejo, veo a mi amigo el taxista, un compatriota, que mientras me zamarrea para despertarme, repite el saludo y agrega:

       «Tenemos que bajar. Llegamos al barrio». Me incorporo, casi doy un traspié al salir del vagón; sigo al compatriota por el andén, sin preguntar nada, por temor de equivocarme y de que me crea loco o drogado. Antes de subir la escalera, cuando pasamos frente al espejo, tengo una revelación, no por prevista menos dolorosa. Quiero decir que el espejo refleja mi pelambre sucia, mi barba rala, de tres o cuatro días; pero lo que francamente me fastidia es comprobar que también en ese momento muevo los labios y, peor todavía, sonrío hablando solo, como un imbécil.

Borges, Bioy, el detective y el psicólogo - Cualia.es

Margarita o el poder de la farmacopea


No recuerdo por qué mi hijo me reprochó en cierta ocasión: 

-A vos todo te sale bien. 

El muchacho vivía en casa, con su mujer y cuatro niños, el mayor de once años, la menor, Margarita, de dos. Porque las palabras aquellas traslucían resentimiento, quedé preocupado. De vez en cuando conversaba del asunto con mi nuera. Le decía: 

-No me negarás que en todo triunfo hay algo repelente. 

-El triunfo es el resultado natural de un trabajo bien hecho -contestaba. 

-Siempre lleva mezclada alguna vanidad, alguna vulgaridad. -No el triunfo -me interrumpía- sino el deseo de triunfar. Condenar el triunfo me parece un exceso de romanticismo, conveniente sin duda para los chambones. 

A pesar de su inteligencia, mi nuera no lograba convencerme. En busca de culpas examiné retrospectivamente mi vida, que ha transcurrido entre libros de química y en un laboratorio de productos farmacéuticos. Mis triunfos, si los hubo, son quizá auténticos, pero no espectaculares. En lo que podría llamarse mi carrera de honores, he llegado a jefe de laboratorio. Tengo casa propia y un buen pasar. Es verdad que algunas fórmulas mías originaron bálsamos, pomadas y tinturas que exhiben los anaqueles de todas las farmacias de nuestro vasto país y que según afirman por ahí alivian a no pocos enfermos. Yo me he permitido dudar, porque la relación entre el específico y la enfermedad me parece bastante misteriosa. Sin embargo, cuando entreví la fórmula de mi tónico Hierro Plus, tuve la ansiedad y la certeza del triunfo y empecé a botaratear jactanciosamente, a decir que en farmacopea y en medicina, óiganme bien, como lo atestiguan las páginas de "Caras y Caretas", la gente consumía infinidad de tónicos y reconstituyentes, hasta que un día llegaron las vitaminas y barrieron con ellos, como si fueran embelecos. El resultado está a la vista. Se desacreditaron las vitaminas, lo que era inevitable, y en vano recurre el mundo hoy a la farmacia para mitigar su debilidad y su cansancio. 

Cuesta creerlo, pero mi nuera se preocupaba por la inapetencia de su hija menor. En efecto, la pobre Margarita, de pelo dorado y ojos azules, lánguida, pálida, juiciosa, parecía una estampa del siglo XIX, la típica niña que según una tradición o superstición está destinada a reunirse muy temprano con los ángeles. 

Mi nunca negada habilidad de cocinero de remedios, acuciada por el ansia de ver restablecida a la nieta, funcionó rápidamente e inventé el tónico ya mencionado. Su eficacia es prodigiosa. Cuatro cucharadas diarias bastaron para transformar, en pocas semanas, a Margarita, que ahora reboza de buen color, ha crecido, se ha ensanchado y manifiesta una voracidad satisfactoria, casi diría inquietante. Con determinación y firmeza busca la comida y, si alguien se la niega, arremete con enojo. Hoy por la mañana, a la hora del desayuno, en el comedor de diario, me esperaba un espectáculo que no olvidaré así nomás. En el centro de la mesa estaba sentada la niña, con una medialuna en cada mano. Creí notar en sus mejillas de muñeca rubia una coloración demasiado roja. Estaba embadurnada de dulce y de sangre. Los restos de la familia reposaban unos contra otros con las cabezas juntas, en un rincón del cuarto. Mi hijo, todavía con vida, encontró fuerzas para pronunciar sus últimas palabras. 

-Margarita no tiene la culpa. 

Las dijo en ese tono de reproche que habitualmente empleaba conmigo. 

    Al leer terminar de leer este cuento se vino varias ideas en mi cabeza: 
    1.- ¿Qué importancia tiene el contexto cultural o histórico para la producción y la recepción de un texto literario? Razone su respuesta con ejemplos concretos al cuento de Adolfo Bioy Casares en el cuento "El navagante vuelve a su patria".
    2.- ¿En qué medida permiten este cuento "El navegante vuelve a su patria" de Adolfo Bioy Casares conocer otras culturas?
    3.- ¿En qué medida es necesario compartir la perspectiva de un escritor Adolfo Bioy Casares para poder comprender su cuento "El navegante vuelve a su patria"?
    4.- ¿Son algunas interpretaciones de un cuento mejores que otras? ¿Cuál es la mejor forma de negociar diversas interpretaciones?
    5.- ¿En qué medida reflejan con exactitud los personajes literarios masculinos y femeninos el papel de los hombres y las mujeres en sus obras literarias?
    6.- ¿Cómo afecta el equilibrio entre el diálogo y narración a la forma de entender este cuento?
    7.- ¿Cómo se exploran los temas principales de este cuento mediante las acciones de los personajes?

Bibliografía. 
1.-Barrera, Trinidad (2001). De fantasías y galanteos. Estudios sobre Adolfo Bioy Casares. Roma, Bulzoni. 
2.- Rivas, Mercedes (1989) La escritura paródica de Plan de evasión y Dormir al sol de Adolfo Bioy Casares. Recuperado 7 de agosto de 2020. En la web: 



Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Las Ruinas Circulares de Jorge Luis Borges. Cuento y comentario

Amuleto de Roberto Bolaño. Análisis

Nos han dado la tierra. Juan Rulfo